Eleazar López Hernández[1]
Centro Nacional de Misiones Indígenas, CENAMI, 2019
Introducción
Hrugapadiuxe’ laatu, bizána’ ne bícheca’, Nabépe’ nayeche’ nuu ladxidua’ Hra gúdxicabe naa eeda güenía’ laatu Chupa chonna diidxa’ luguiá’ endarisaca Stí’ diidxa’ hrini’ binni Biuu ne nuuru’ hrarí’ deca hraca xhiapa ne xhiapa iza; dxí ca’ru’ lica gueeda unduu lú ca dxú’ xhagaraxhi ni beeda hraca dérusi gaayu’ gayuaa iza. | Les saludos, hermanas y hermanos, Me siento realmente muy complacido Al ser invitado a intercambiar con ustedes Dos que tres palabras sobre el valor De las lenguas que hablan pueblos Que se hallaban y se hallan aquí desde miles y miles de años, cuando aún no asomaban su cara los hombres barbados que llegaron hace apenas quinientos años. |
Yo soy, como han señalado en la presentación, Eleazar López Hernández, oriundo de Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, perteneciente a la cultura zapoteca, hablante nativo de esa gloriosa lengua y desde hace casi toda la vida sirviendo en la causa indígena de México y América Latina desde la trinchera particular del Centro nacional de misiones indígenas, Cenami, organismo no gubernamental vinculado a la Iglesia Católica.
Debo confesar que yo no soy un académico en sentido estricto ni mucho menos un “indiólogo”, como dicen las hermanas y hermanos de base, refiriéndose a quienes investigan a un grupo indígena, escriben un libro y se constituyen en sabelotodo sobre ese grupo. Mi contribución a la causa de los pueblos originarios se ha centrado especialmente en el acompañamiento a procesos de comunidades indígenas y de sus servidores pastorales en orden al potenciamiento del valor cultural y de la identidad espiritual de estos pueblos reconociendo que ésa es su mayor fuerza interior y su mejor aporte al resto de la sociedad. Debo aceptar que, en los tiempos actuales, este patrimonio valioso está en riesgo de desaparecer si tanto indígenas como no indígenas no asumimos la responsabilidad que nos corresponde en preservarla, difundirla e incrementarla.
Indígenas, gente desconocida y discriminada
La primera afirmación que es necesario hacer en mi presentación es que, cuando hablamos de indígenas en México, nos estamos refiriendo a una población humana que ha sufrido no sólo el olvido de la sociedad sino el ataque sistemático directo a sus personas, sus bienes y a todo lo que ellas representan. Si no fuera por la resistencia primero pasiva y ahora muy activa de estos pueblos, hace tiempo que hubieran sido borrados del mapa; pues gobiernos, iglesias, partidos políticos, académicos y particulares se han coludido para empujar a la extinción a esta porción – la más antigua de la humanidad-, pretextando infinidad de razones sin sustento alguno en la realidad: los indios no son productivos, no progresan, no hablan como los demás, no piensan igual, a lo mejor ni son humanos, ni tienen racionalidad y tampoco alma; además afean el rostro bonito de la sociedad nacional, estorban al desarrollo, ocupan de balde el espacio territorial; sería mejor que no existieran.
Todas estas aseveraciones, si bien no se muestran tan abiertamente, las encontramos en la base de muchas actitudes y acciones de educación, de elaboración de leyes, de evangelización, de desarrollo, de asistencia social. Los indígenas o no existimos en los proyectos de nación que se han impulsado o somos consideramos como estorbo para esos proyectos. Cuando se ha tenido que tomar en cuenta nuestra realidad, los mediadores tergiversan los datos y muestran lo que mejor les conviene. Nos definen desde fuera con parámetros extraños; y nunca nos preguntan quiénes somos y qué queremos.
Es un hecho que los llamados indios o indígenas somos aún ahora la parte deliberadamente ocultada, olvidada, negada o discriminada de nuestra patria. Hasta el momento actual persiste una añeja vergüenza nacional porque todavía hay población autóctona y ya no se puede ocultar su existencia tan precaria y maltratada. ¡Cuánto racismo se desborda en la convivencia nacional cuando a muchos les molesta, por ejemplo, que una indígena mixteca –Yalitza Aparicio- salga en una película mexicana exitosa y que ella haya tenido la posibilidad de ganar un oscar! ¿Por qué ella y no el prototipo de mujer blanca y de origen criollo o mestizo? En el fondo existe todavía un desprecio de esa parte de nuestra identidad más antigua. Nos da vergüenza ese México profundo que se resiste a morir. Ese es todavía el “México lindo y jodido” que sirve de contexto para el aporte que yo quiero dar aquí sobre el valor de las culturas y de las lenguas autóctonas no únicamente para los mismos indígenas, sino para la nación mexicana y para la humanidad entera.
¿Cuántos pueblos y culturas existen?
Se reconoce en las leyes que “la Nación mexicana tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas”, al menos así lo dice la Constitución vigente,[2] donde conviven todavía alrededor de 60 grandes pueblos ancestrales que no fueron aniquilados en estos 500 años; cada uno con sus lenguas y sus culturas milenarias. Al menos se pueden distinguir, además de la cultura y lengua dominante, siete grandes matrices culturales y lingüísticas como ya desde antiguo reconocían nuestras abuelas y abuelos al señalar el origen de todos los pueblos del Anáhuac en Chicomostoc (de chicome = siete y ostoc = cueva): La Uto-azteca, la Oto-mangue, la Mayense, la Puréhpecha-pirinda-matlatzinca, la Zoque-mixe-popoluca y dos más. Todas ellas convergen en una matriz unificadora: la cultura del maíz, que los antropólogos llaman “cultura mesoamericana” establecida desde el sur de Estados Unidos hasta prácticamente el norte de Panamá. Ella es una de las culturas madres del mundo al mismo nivel que la egipcia, la mesopotámica, la china. Pero los mexicanos en general no la valoramos como tal, y por esa razón casi no conocemos nada de nuestro bagaje cultural y son los estudiosos extranjeros quienes saben más de nosotros que nosotros los mexicanos. El mestizo de aquí lamentablemente vive aún en el “laberinto de la soledad” como dijo Octavio Paz, sin poder armonizar en una personalidad alegremente asumida las dos vertientes que conforman su alma mestiza: la indígena y la europea. Y por querer asemejarse sólo a su padre español ausente, desprecia a su madre india presente y termina mandando todo a la chingada sin asumir ninguno de los componentes de su identidad profunda.
Aunque todos los mexicanos de hoy tenemos parte grande o pequeña de sangre y cultura de los antepasados indígenas podemos preguntarnos: ¿Cuántos se animan hoy a acercarse en serio a los pueblos indígenas para saborear sus culturas y sus lenguas? La mera verdad muy pocos, porque las siguen mirando con desprecio como primitivismo, barbarie o retroceso al pasado salvaje. Si acaso admiran las pirámides y las obras monumentales indígenas, pero no se identifican con quienes las construyeron; ni miran a los actuales indígenas como los nobles descendientes de esos constructores. ¡Qué pena y qué equivocados están! Los pocos que se han acercado y han abierto su corazón a la calidad y calidez indígena dan testimonio del enriquecimiento intelectual, espiritual y humano que han conseguido. Mercedes Sosa lo canta desde el sur del continente: “Dale tu mano al indio, dale que te hará bien. Y encontrarás el camino, como ayer yo lo encontré”
Culturas, cúmulo de sentidos y valores de vida
Todas las culturas del mundo son no sólo acumulación de prácticas y tradiciones del pasado que se pasan de una generación a otra, sino conjunto articulado de sentidos de vida que orientan la existencia de los grupos humanos hacia ideales que éstos asumen como anhelos de futuro deseado. El núcleo de toda cultura lo constituyen valores y axiomas que orientan la vida personal, familiar, social y comunitario dando identidad y pertenencia al grupo como una gran familia que comparte el mismo territorio, la misma lengua y cultura y las mismas pautas de comportamiento. Estos valores y sentidos de vida se encauzan a través de estructuras que, en manos de personas caracterizadas, cohesionan y hacen funcionar al conjunto como pueblo y nación.
Las culturas son la riqueza de un pueblo y su mejor aporte a la humanidad. El conjunto de ellas son nuestro capital humano biocultural. Mientras más culturas existen es mayor la riqueza humana de la que podemos echar mano en cualquier circunstancia de la historia. Y mientras más culturas son destruidas más pobres y limitados nos volvemos todos. La monocultura tanto en la agricultura como en el desarrollo humano, por más amplitud que abarque, implica un empobrecimiento real. Exactamente igual que mientras menos biodiversidad natural mantenemos, menos capacidad de vida conservamos. En consecuencia, cada vez que se extingue una especie natural o una cultura se va extinguiendo también la vida del planeta en su conjunto.
Esto que era parte de la conciencia de los pueblos prehispánicos, apenas empieza a meterse en la mente de los hombres modernos de nuestro tiempo. Parece que nadie quiere aprender en cabeza ajena y, mucho menos en cabeza indígena. Únicamente cuando ya probamos la magnitud de la destrucción provocada por los esquemas de vida depredadora, es cuando reaccionamos y quisiéramos alternativas que solucionen la crisis resultado de nuestros desmanes contra la madre tierra.
Lenguas, biblioteca de sabidurías
El corazón de toda cultura se manifiesta en su lengua, que es el medio o puente de comunicación de las personas y de los pueblos. En ella se va catalizando y concentrando toda la información de conocimientos y saberes que el grupo va tejiendo a lo largo de su historia. Cada palabra formulada es el recipiente en que el pueblo va depositando la información que recoge de las realidades naturales, humanas y divinas. Con el tiempo el recipiente se va llenado de más y mayores contenidos cosechados durante la trayectoria vital del grupo. El hombre culto es quien aprovecha al máximo esta sabiduría acumulada al servicio de su pueblo cuando abre los libros de las palabras y las saborea con la mente y el corazón.
Y es que las lenguas están hechas de palabras organizadas como en una biblioteca, con un orden que se rige por los prefijos, la raíz y los sufijos que en ellas intervienen. Así, en la lengua zapoteca, palabra es diidxa’ que viene de hrii = cántaro y dxá’ = lleno. Cada palabra es un cántaro de la comunicación que recoge la sapiencia del pueblo y que, como agua refrescante, hay que ir a beber constantemente para seguir adelante en el camino.
Aquí hay que recordar que, como reconocemos los zapotecas, existen varios tipos de palabras: Hay diidxa’-góla (palabra madura de las y los ancianos y sabios), diidxa’-izá’ (palabra terminada o perfecta), diidxa’-cha’hui’ (palabra de bien o bien hecha), diidxa’-naxhi (palabra dulce), diidxa’-sicarú (palabra bella o poética). Pero también encontramos diidxa’-huáti (palabra necia o tonta), diidxa’-guídxa (palabra sin sentido o grosería), diidxa’-dxába’ (palabra mala o del mal). Cada palabra tiene el contenido que el pueblo le va depositando y se va ampliando o modificando con el transcurso de los años.
Hablar es todo un arte, pues implica manejar la flauta de nuestra boca, lengua, dientes, nariz, glotis, laringe para producir sonidos que al articularse en fonemas y morfemas van creando la sinfonía de la comunicación humana con significados y sentidos directos o indirectos. Toda lengua tiene su gramática con lógica propia para construir y unir las palabras, las frases y oraciones, los párrafos y el discurso; y así expresar conocimientos, ideas y sentimientos. No importa que esta gramática no se haya escrito, ella existe y funciona desde que el niño empieza a balbucear sus primeros intentos de hablar.
Cada pueblo se ha especializado en un tipo de sonidos en su lengua y en eso está su gracia particular. Hay lenguas más consonánticas que vocálicas, las hay monosilábicas y otras polisilábicas; hay las que se caracterizan por enfatizar los sonidos silbantes, otras por los nasales, los glotales o por los tonales. Por ejemplo, a los mayas les encantan los sonidos glotales con saltillos tan difíciles de producir para quienes sólo hablan español; a los zapotecas, mixtecas, chatinos, amuzgos, mazatecos, chinantecos, cuicatecos nos gustan los tonos y por eso parece que cantamos al hablar; a los nahuatlatos les agrada la t unida a una l sorda (la famosa tl) y también el mecanismo polisintético que va sumando a los sustantivos los añadidos calificativos o circunstanciales.
Al respecto quiero señalar que existen ejemplos muy loables de lucha por dar a conocer la riqueza de nuestras lenguas ancestrales. Mi amigo Pedro Uc Be de Yucatán se ganó recientemente el Premio Nacional de Cuento en Lengua Maya con un aporte excelente intitulado: X Táabay iik’ in na’; y en varias otras zonas indígenas de México, hay compañeras y compañeros que llevan adelante propuestas de fortalecimiento de las lenguas nativas del pueblo, a menudo sin mucho respaldo y a veces a contracorriente de quienes estos esfuerzos les desagradan.
Saboreemos un poco, al menos en mi lengua zapoteca, algo de esta belleza lingüística y literaria con un fragmento del siguiente poema de Pancho Nácar (1909-1963):
Ti gueela’ nacahuido’ Gasti’ beleguí xa ibá’, Nabana’ sica ndaani’ ti ba’, Cabeza’ ti xunaxido’ | En una noche de oscuridad inmensa Sin nada de estrellas en el cielo Tan dramática como en una tumba, Espero a una hermosa doncella |
Ni napa’ ndaani’ ladxidua’, Ni raca dxi cadi huayuuya’; Ne hrinié’ yanna gueela’ zuuya’ Lu guelacahui hruseegu’ naa. [3] | A quien llevo dentro de mi corazón A quien hace días que no he mirado; Y pienso que en esta noche la veré En medio de la oscuridad que me envuelve |
O estas curiosas composiciones de palabras similares que se distinguen sólo por los tonos, saltillos o alargamientos:
Gú ná / gunna / guná’ / gúna / gu’na’ / gunaa | El camote (o la raíz) dice/ que supo/ cuál es la ofrenda o limosna / que va a llorar / la mujer |
O esta otra:
Nabe nabé nabé’ nábe | Él dice que es muy angosta (o pequeña) su mano |
A través de la puerta de las palabras del pueblo entramos a la biblioteca de sus conocimientos y saberes. Cada palabra es un libro que se puede ir hojeando para descubrir su contenido, pues cada partícula de ella es como una hoja del libro que nos habla de su origen y de la parte de conocimiento que contiene. Así, al adentrarnos sistemáticamente en esta biblioteca, vamos descubriendo la grandiosidad del pensamiento de cada pueblo.
Por ejemplo, en la lengua zapoteca, para hablar de la tierra, tenemos tres palabras distintas que nos llevan a los diversos niveles de comprensión que mi gente tiene de esta realidad:
YÚ es tierra como polvo primigenio o cósmico con que está hecho todo cuanto existe;
LAYÚ es tierra con la que las personas y los seres vivos tenemos un vínculo especial por ser nuestro lugar de vida, nuestra casa o lugar de cultivo. Equivale al terruño o territorio de un pueblo.
GUIDXILAYÚ es la tierra como planeta donde vive la familia humana como gran pueblo.
En mi experiencia personal, donde más me he enriquecido al profundizar en las palabras es en el campo religioso de mi pueblo y de los demás pueblos indígenas. Siempre me pregunto ¿qué hay detrás de cada palabra? ¿qué punto de vista especial está enfocando esa palabra? Y esto es lo que me ha llevado a descubrir lo específico del pensamiento religioso de mi gente; y de esa manera relanzar lo que hemos llamado “teología india” o teología de los pueblos originarios como aporte a los demás, especialmente a las iglesias.
La Teología India, ejemplo privilegiado de conocimientos sobre Dios
Empiezo por citar a un reconocido analista de estas teologías del sur que emergen tras largo tiempo de silenciamiento: En su artículo Las alteridades negadas, nuevos sujetos teológicos en América Latina, JUAN JOSE TAMAYO, que esDirector de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría” en Carlos III de Madrid, España, sostiene que:
“La teología latinoamericana de la liberación está abriéndose a nuevos horizontes, a partir de los nuevos rostros y sujetos emergentes, de los nuevos niveles de conciencia y nuevos desafíos que la propia realidad plantea: la naturaleza, la tierra, las mujeres, los afro-latinoamericanos, los indígenas, el campesinado, los excluidos –cada vez más numerosos– por el neoliberalismo, etc. Ello comporta cambios profundos en el paradigma que empezó a desarrollarse hace cuatro décadas…
Todas las teologías operan con una herramienta común: la hermenéutica, la práctica de la interpretación, ya que trabajan con textos considerados fundantes, sagrados, muchos de los cuales son del pasado y pertenecen a otro horizonte religioso y cultural. La hermenéutica es la herramienta propia, específica, de la teología. Sin ella, no hay teología, sino recitación, memorización o simple glosa de textos. Cuando las religiones y las iglesias renuncian a la hermenéutica, desembocan fácilmente en el fundamentalismo. Las teologías en cuyas religiones predominan las tradiciones orales sobre las escritas recurren también a la interpretación de dichas tradiciones, que leen desde la propia realidad. Los textos orales y escritos crecen en sentido con sus lectores, como decía san Gregorio Magno de la Escritura…
Toda teología se resiste a dejarse encerrar en una camisa de fuerza. También la teología sistemática por muy atrincherada que esté en su sistematicidad. Ésta se encuentra en una permanente reconstrucción porque no se mueve en el horizonte de la razón pura, sino de la razón práctica, y se reconstruye y reformula conforme a los procesos históricos. A ella puede aplicársele el verso de Machado: “Se hace camino al andar”. En este caso, el camino es el sistema y se va haciendo según se va caminando…
La resistencia es mayor cuando se intenta sistematizar la experiencia, toda experiencia, y de manera especial la experiencia religiosa, que constituye el punto de partida del acto teologal y de la actividad teológica, y cuando nos las habemos con realidades tan poco sistematizables como Dios, el Espíritu, la gracia, la salvación, el pecado, la esperanza, la fe, el amor, la palabra de Dios, que no se dejan apresar en un mundo categorial estrecho. Hablamos de la Trinidad por decir algo, por no callar, decía san Agustín, lo que es aplicable a los diferentes temas de la teología.
En lo que sigue no voy a juzgar a las actuales teologías de Abya-Yala desde la teología sistemática europea, ni siquiera desde la teología latinoamericana de la liberación más sistemática. Lo que haré será entrar en la entraña misma de esas teologías y explicitar su carácter sistemático, en cuanto reflexión teológica, y su carácter trans-sistémico, en cuanto acción profética; explicitar los nuevos sujetos, los nuevos principios y las nuevas categorías para terminar haciendo unas sugerencias sobre la necesidad de hacer teología en el nuevo contexto de pluralismo cultural y religioso. Me centraré en estas seis teologías: feminista, indígena, afro-latinoamericana campesina, ecológica, y teología y economía.”[4]
Juan José Tamayo, siendo del primer mundo, pero conocedor de muchas tradiciones religiosas de diversas partes del planeta, echa una mirada a estas nuevas teologías de América Latina y le da una excelente calificación a la Teología India. A él le llama la atención especialmente la profundidad espiritual y mística de la sabiduría teológica de nuestros pueblos, su herramienta epistemológica que une el conocer científico de la razón con el saber que surge del corazón enamorado de las flores o bellezas del mundo de los espíritus y de los muertos, así como el manejo exquisito del lenguaje simbólico, mítico y ritual.
Mi experiencia personal al respecto, como vocero o partero de esta Teología, me ha llevado con más razón a desentrañar, leer y saborear, desde la palabra hablada y escrita, la riqueza de la sabiduría ancestral de mi pueblo. Muchos artículos he escrito al respecto para compartir mi experiencia de búsqueda en estas trochas del sendero. Por causa de mis pronunciamientos algunos me honran y me bendicen porque se identifican o comulgan con mis conclusiones; otros se rasgan las vestiduras; pues consideran que estoy tratando de resucitar muertos u obstaculizando que se acabe lo tiene que acabarse, refiriéndose, desde luego, a las culturas y lenguas indígenas.
Como síntesis de mis planteamientos en foros para el debate, he llevado el siguiente credo que llegué a formular, juntos con otras y otros hermanos zapotecas, conjugando la perspectiva ancestral de nuestro pueblo binnizá con el contenido de fondo de la fe cristiana:
CREDO ZAPOTECA (*)
Creo en el Dios vivo y verdadero,
Aliento eterno de vida,
Madre-Padre de todas y de todos,
que sustenta a las creaturas y las rige.
Creo en Quien es origen de las cosas y creador de ellas;
Dios infinito, increado y sin principio,
Regidor y gobernador de todo cuanto existe;
Que tiene todos los atributos para poner término y límite a las cosas.
Es Señora-Señor de los temblores de tierra,
de todos los animales grandes y pequeños, incluso de las gallinas.
Creo en Dios-Diosa que se pone cerca y junto de nosotros en la historia,
Para unir las sangres y los proyectos de vida de los pueblos.
Creo en Quien es Dios-Diosa de los niños, de la generación,
Dadora-Dador de las riquezas, ganancias, dicha y ventura;
y también de las miserias, pérdidas y desdichas.
Creo en Quien es Señora-Señor del relámpago, del trueno y de la lluvia;
Quien hace fecunda la tierra y da las mieses y la caza.
Creo en Quien es Señora-Señor del inframundo y de los muertos,
que tiene en sus manos el futuro y los sueños.
Creo en Quien es Pita’o, Cosijo, Cozobi, Cozana;
Es Quelatziino’, Pezela’o, Coquela;
que tiene muchos otros nombres que lo vinculan a la Vida, que no se acaba;
Y, a final de cuentas, es el mismo Dios de amor,
que nuestro Señor Jesucristo nos vino a revelar,
en la plenitud de los tiempos.
(*) Basado en
el ‘Vocabulario en lengua zapoteca’ de Fr. Juan de Córdova, OP. Impreso en 1578
[1] Eleazar López Hernández nació en Juchitán, Oaxaca, México, el 6 de septiembre de 1948; pertenece al pueblo zapoteca del Istmo de Tehuantepec. Fue ordenado sacerdote el 8 de septiembre de 1974; es miembro fundador del Movimiento de Sacerdotes Indígenas de México (1970); participa en la Pastoral Indígena de México desde 1970. Forma parte del Equipo Coordinador del Centro Nacional de Ayuda a las Misiones Indígenas, CENAMI, a partir de 1976, siendo responsable primero del Departamento de Formación, luego del Área de Identidad Religiosa y actualmente colaborador emérito de dicho Centro. Ha participado en el surgimiento de la Teología India a nivel latinoamericano desde 1989. Es miembro de la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo, ASETT, a partir de 1992. Al lado de Don Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, fue asesor de la Comisión Nacional de Intermediación, CONAI, en el diálogo entre el Gobierno y la sociedad civil mexicana con los indígenas zapatistas del Ejército Zapatista de Liberación, Nacional, EZLN (1994-1997). Es también miembro fundador de la Asociación Ecuménica de Misionólogos de América Latina (2003). Fue vice-presidente de la International Association of Catholic Missiologists, IACM, (2004-2006). Forma parte del equipo asesor del Consejo Episcopal latinoamericano, CELAM, para asuntos indígenas, desde 2006. Es representante de CENAMI en la Articulación Ecuménica Latinoamericana de Pastoral Indígena, AELAPI. Ha sido asesor de la presidencia de la Confederación latinoamericana de Religiosos, CLAR (2005-2007) y de nuevo en 2019-2022. Ha participado con artículos diversos en varias revistas y libros de teología de América latina. Ha publicado diversos artículos en revistas teológicas de México, Costa Rica, Bolivia, Ecuador, Argentina, Francia, Italia, Alemania.
[2] El artículo cuarto constitucional dice: “La Nación mexicana tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas. La ley protegerá y promoverá el desarrollo de sus lenguas, culturas, usos y costumbres recursos y formas específicas de organización social y garantizará a sus integrantes el efectivo acceso a la jurisdicción del Estado. En los juicios y procedimientos en que aquéllos sean parte, se tomarán en cuenta sus prácticas y costumbres jurídicas en los términos que establezca la ley.”
[3] Diidxa stí’ Pacho Nácar, Patronato casa de la Cultura del Istmo, 1973 pags. 35-36
[4] Las alteridades negadas, nuevos sujetos teológicos en América Latina. JUAN JOSE TAMAYO, Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría” en Carlos III de Madrid, España