Somos miles de madres, hijas y hermanas que hemos venido exigiendo la salida de las transnacionales mineras de nuestras comunidades. Y ¿qué hemos recibido en respuesta? Patadas, puñetes, garrote, balas, bombas lacrimógenas, insultos, ofensas a nuestra dignidad. ¿Eso es lo único que puede darnos esta democracia?
Este país donde el pueblo no tiene voz, donde las transnacionales extranjeras y los vende patria locales sólo ven el oro, la plata, el cobre, el petróleo y no son capaces de ver a los seres humanos que perderán el agua, la tierra, el aire por generar millonarias ganancias para las empresas mineras y sus socios nacionales.
Nosotras, las mujeres, gritamos por nuestros hijos e hijas, en especial por aquellos que no tienen voz, por los que aún no han nacido y ya están condenados a padecer los sufrimientos del hambre, la desnutrición, la falta de educación y de trabajo.
Nosotras gritamos y seguiremos gritando que esta tierra y este territorio son nuestros y de nuestros hijos, hijas, nietas y nietos. Los minerales se quedarán ahí donde están y los invasores tendrán que irse.
Por eso, saludamos a todas las Madres que luchan por la Vida para que sus hijos e hijas puedan vivir «en tierra propia, en casa propia y con trabajo propio». Y ahora ese grito se torna más urgente desde la Selva que habita el Pueblo Shuar porque dos ríos más, Mankusas y Chapís que nacen en las cumbres de la cordillera del Kutukú, han sido condenados a morir enlodados, envenenados, contaminados por la empresa minera minera canadiense Ecuasólidus.
Juan de la Cruz